lunes, 8 de mayo de 2017

La libertad de mercado y la creación de valor

   


   Los autollamados liberales, y la mayoría de los medios que difunden sus proclamas, están acostumbrados a hacer creer a la gente, que si los mercados funcionasen con total libertad, es decir, sin la corrosiva y perjudicial intervención estatal, se conseguiría una eficiencia que provocaría progreso, bienestar, crecimiento y empleo. 
Es más, sin ningún rubor, sus defensores nos dirán que esto no sólo es liberal y eficiente, sino que es además, progresista.

Hay que decir a los cuatro vientos que no hay mercados libres.  Y no existen los mercados libres porque no se puede definir con objetividad lo libre que es un mercado (Chang 2011).

   La noción de libertad de mercado, como otros tantos aspectos en economía, pertenece al ámbito de la subjetividad y las preferencias. El grado de libertad de mercado, lo percibiremos de forma distinta según las implicaciones que resulten de su mayor o menor intensidad. Las consecuencias de su aplicación para los distintos actores sociales no va a ser en ningún caso neutral.

    Para que un mercado sea libre no tiene que tener reglas, restricciones, cláusulas, etc. 
¿Seríamos capaces de encontrar un solo mercado que responda al concepto estricto de "libre"?

    La libertad de mercado se convierte así en una utopía o una ilusión, que, dado como está conformado el capitalismo, resultaría imposible de implementar.

   Hacer confundir libertad de mercado (que no existe como tal), con una menor interferencia estatal, que contribuya a favorecer los intereses privados de propiedad o de capital, en perjuicio de clases asalariadas, desposeedoras de propiedades y riqueza, no es más que una burda estratagema para intentar justificar las bondades y la eficiencia de dicha libertad, que sólo beneficia a las élites financieras y corporativas.

  La realidad es la existencia de mercados más o menos regulados, que responden a decisiones y preferencias políticas. No hay que olvidar, que preferir una menor regulación también es una decisión política y sin embargo, los neoliberales nos dirán que su planteamiento es totalmente objetivo y por tanto, más eficiente.

   La preferencia por la menor regulación, favorece privilegiar el establecimiento de mayor número de empresas privadas, ya sea por facilidad en la nueva creación de éstas ( esto en sí mismo no tiene por qué ser perjudicial) , cómo, y esto es muy importante, por la eliminación de empresas públicas para privatizarlas.

    La empresa privada, se convierte así en símbolo del poder, hegemonía y privilegios de la clase neoliberal dominante. 

   De lo anterior se podría desprender, en un caso extremo, que la empresa privada es perjudicial en sí misma.Esta idea no tiene por qué ser así, lo que se pretende destacar es el uso privilegiado de la empresa privada como herramienta para favorecer el enriquecimiento concreto de una clase dominante. Ni tan siquiera Marx se atrevió a criticar de forma aniquiladora a la empresa privada y, más concretamente a las sociedades anónimas, ya que era consciente del beneficio que se podía obtener para movilizar capitales para la industria pesada, por ejemplo. Paradójicamente, Adam Smith, supuesto defensor de los mercados libres, se muestra reticente respecto a las empresas de responsabilidad limitada.

   Pues bien,dicho esto ¿cuál va a ser el mantra dominante que permita al neoliberalismo cumplir con su objetivo de enriquecimiento, utilizando a las grandes compañías como principal herramienta?

   La respuesta va a ser la creación de valor:


Goirigolzarri: "Para que la fusión con BMN tenga sentido financiero debe crear valor para todos los accionistas"
Expansión 24/03/2017


Hojeando hace unos días un viejo manual de finanzas, se podía leer lo siguiente en la contraportada:

"Este libro propone al responsable de la dirección financiera aquellas estrategias, técnicas y operativa, que faciliten el óptimo diseño de una política en materia económico-financiera, que conduzca a la consecución de la meta empresarial: Crear valor y retribuir al accionista".

   Lo dicen los grandes banqueros, lo dicen los reputados manuales de finanzas. El objetivo de las empresas es crear valor para el accionista.
   Para exponer esta idea, voy a intentar distinguir lo que significa dicho concepto para el mundo corporativo, por un lado, y mi modesta visión, por otro.

  Las empresas nos dirán que los accionistas son los legítimos dueños de la empresa, ya que arriesgan un capital que aportan y, por tanto, tendrán que ser retribuídos con los beneficios de la compañía, en proporción a la cantidad que han aportado.

   En primera instancia, la anterior afirmación desborda lógica y sobre todo, justicia.
Nótese que los trabajadores, proveedores, entidades financieras y demás sujetos que se relacionan con la empresa, no arriesgan nada. En sus respectivos contratos,(¡ vaya, esto no es un mercado muy libre que digamos!), estará fijada la forma de su retribución en función de los servicios que presten a la misma.
   Los accionistas en cambio, contribuirán con su capital a que la empresa pueda realizar inversiones y de este modo crezca y beneficie a todos los agentes sociales.
   
   Todo esto en la teoría suena muy bien, pero ¿cuál es la realidad de las grandes corporaciones?
Las grandes corporaciones son gestionadas por consejos de administración cuyos componentes, consejeros delegados, directores, etc, pueden ser a su vez accionistas o no, de la empresa, pero en todo caso, reciben cada año unos generosísimos paquetes retributivos como consecuencia de su gestión.
   El objetivo será una gestión con miras casi exclusivamente en el corto plazo, de forma que porcentajes cada vez más altos del beneficio irán a parar al accionista en forma de cuantiosos dividendos.
    El problema de esta política, es que los gestores asumen un riesgo cada vez mayor ya que operan en el corto plazo y además el remanente sobrante de beneficio, cada vez es menor para poder utilizarlo en nuevas inversiones, con lo que se pone en peligro la viabilidad en el largo plazo de muchas compañías.
   La pregunta obvia en este caso es, ¿cómo pueden los dueños de la compañía consentir este tipo de política? La respuesta es clara.La mayoría de accionistas suelen tener un paquete de participación relativamente bajo en relación al capital total de la compañía,  de tal forma que se benefician de jugosos beneficios (dividendos) y  además esto hace que la capitalización bursátil sea elevada.Así no es infrecuente, recoger beneficios e incluso vender tu participación obteniendo una ganancia patrimonial.

    Si reflexionamos sobre el párrafo anterior, vemos claramente una actividad de obvio componente especulativo y cortoplacista para retribuir de la mejor forma posible al accionista, lo que eufemísticamente llaman: "crear valor para la compañía y retribuir adecuadamente al accionista."

    Nada se dice de reinvertir beneficios en investigación, formación, apertura de negocio, etc.
    Evidentemente no todas las compañías actúan de esta manera, pero desde que el presidente de General Electric allá por 1981 "inventó" lo de crear valor para el accionista, hemos asistido a una generalización de estas prácticas que justifican desequilibrios de reparto de renta y riqueza,es decir, desigualdad, cada vez mayores. 
     


   
   

   




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